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martes, 24 de noviembre de 2015

Sclerotic Reflections



Sclerotic Reflections


Vivían en un revoltijo, dando vueltas, nadando, mezclándose entre ellas, sin más oficio que el comadreo, pues no sentían hambre, sed, cansancio, dolor, calor o frío. Su vida transcurría como en una centrifugadora, y, como tampoco tenían nada mejor que hacer, al encontrarse en uno de sus múltiples giros al habitáculo donde se encontraban, ellas hablaban.
-Dicen que a todas nos llega la hora de irnos.
-¿Y no quedará nada de nosotras?
-Nada. En cuanto se produzca la marcha, no habrá vuelta atrás.
-¿Y por qué pasa eso? –preguntó una de ellas con cara de mareo.
-Porque a veces la persona tiene catarro, o está triste. Para eso estamos nosotras, para dar lustre a ese dolor o esa congestión.
-Yo casi prefiero irme por causa del catarro, no me gusta la tristeza. Soy positiva. Y… ¿sabéis cómo es el otro mundo?
-¿El mundo exterior? No. Nadie ha vuelto para contarlo. Me temo que no hay forma de saberlo. Dicen que hay mucha luz, más que aquí, una vez pude ver algo, una línea, como un resplandor en aquella dirección –señaló con el dedo hacia su izquierda-, pero no podría decir nada más.
-¿Y qué te pasó entonces para ver algo? Desde aquí no se distingue nada especial.
-Pues… oí la llamada junto con otras compañeras y nos pusimos en marcha hacia nuestro final. Sin embargo, cuando me tocaba salir algo pasó. La señal cesó, pero me dio tiempo a ver esa fina línea de luz.
-¿Y cómo era? ¿Cómo la luz que hay aquí?
-No… era resplandeciente, cálida, casi molestaba. En realidad era bellísima. Duró poco, de repente dejé de verla y regresé. Nunca podré olvidarla. Nuestro paraíso después de la muerte debe de ser algo parecido.
-¡Soldados! ¡Firmes! –dijo una voz desde el techo de la estancia-. Prepárense la primera línea. Hay aviso de shock. ¡Pelotón! ¡A su izquierda! ¡Ar! ¡Marchen!
Todas formaron raudas a la primera señal, pues llevaban toda la vida esperando el momento cumbre de sus vidas, el de su final, el sentido para el que habían sido creadas. Marcharon hacia su izquierda sin variar su dirección aunque caminaban casi a oscuras, emocionadas, en silencio absoluto. De repente sintieron unas ligeras sacudidas, se notaba que la persona se encontraba en una situación difícil. El grupo se estrechó y la fila pasó a ser de a dos. Poco a poco cada pareja de formación se iba tirando de la mano como en un tobogán, en cuanto recibían la señal de hacerlo. Y al cumplir la orden de arriba, la luz se hacía de repente ante ellas, una luz total, que lo abarcaba todo. Todas se quedaron boquiabiertas al ver el panorama que ante ellas se extendía: el mundo.
La mujer se encontraba ante una pequeña montaña de flores y velas encendidas apoyadas alrededor de una fuente. Había miles de personas que hacían lo mismo. Sollozaban por París.
Los ojos de la mujer se abrieron de improviso: las lágrimas saltaron de sus ojos y resbalaron hacia una de las velas cuya luz parpadeaba en el suelo junto con otras miles.
Habían dado su vida para ayudar a la mujer a desahogar su dolor. Y su nueva existencia transcurriría rauda, apenas dos segundos hasta caer al suelo o en algún otro sitio. Sólo que ellas no lo sabían, no sabían qué había sucedido en aquel lugar. Sólo sabían que el sentido de su vida era aquel deslizamiento, y para ello habían entrenado en la escuela que había constituido su anterior vida.
Pero todas ellas disfrutarían de aquella visión, aquellos aromas, aquellos sonidos, el tacto cálido de aquella piel. Su brevedad les merecía la pena, porque se llevaban la visión de un mundo inesperado y breve.
Siempre me pregunté de qué hablarían las lágrimas.



 

 Sclerotic Reflections de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles




LUCECITAS VERDES 
SOBRE LAS COPAS DE LOS ÁRBOLES



Unos cuantos subíamos por la pared desvencijada de un edificio casi en ruinas. Poníamos los pies encima de los salientes de madera de las toscas ventanas, no se me olvida, pintadas todas de verde, la pintura saltada, la sensación de que allí hacía tiempo que no vivía nadie. Tiestos con restos de plantas resecas, cables de televisión y teléfono inservibles, subíamos aquello sin pararnos a respirar, mirando hacia abajo y viendo que lo de abajo se encogía, mientras lo de arriba parecía no terminarse nunca.    


Al cabo de varias horas de escalar aquella fachada, llegamos a una azotea, y de ahí a la escalera, abrimos la puerta de la que resultó ser mi antigua casa. Un hombre abrió la ventana de la cocina. Delante de mi casa florecieron de la nada miles de plantas de todos los tamaños en frondoso bosque. Se hizo de noche mirándolo.

El hombre se puso de pie ante nuestra sorpresa. Se colocó delante de la ventana abierta, me miró y me hizo un gesto con la cabeza mirando hacia el vacío de la noche estrellada. Y acto seguido, se tiró. Pero no cayó al suelo, sino que salió planeando sobre los árboles del bosque, y  mientras lo hacía, miles de lucecitas verdes como fuegos de artificio salían de su vientre hacia todos los lados. Cuando llegó a la copa más alta del bosque, se paró, y me miró.


Entonces me tiré. Y me pasó lo mismo, planeé en dirección hacia los árboles y de mi vientre salían despedidas miles de chispitas verdes como fuegos de artificio que llamaban al cielo anochecido a un espectáculo improvisado. Sentí un calor muy agradable, y una inmensa felicidad en mi primer vuelo, en medio de luces de fiesta, de bocas abiertas, de comentarios de acera. Al diablo con todo.


Puedo volar. 


  



Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons



jueves, 29 de octubre de 2015

La huida



La huida

-Despierta, vamos, deprisa, tenemos que irnos –la mujer me apremió cuando yo todavía era una niña, y me desperté sobresaltada.
-¿Qué ocurre, tía Karima?
-Hoy es el rito, Amal. No puedo permitir que te hagan lo que me hicieron a mí. Venga, no hay tiempo que perder.
-¿Y qué me van a hacer, tía?
-Te lo cuento cuando nos hayamos alejado del peligro. Vamos, deprisa.
Salimos de la casa corriendo, cuatro cosas metidas en un hatillo. Nos adentramos en la naturaleza. Cuando llegó el mediodía nos habíamos alejado lo bastante como para sentarnos a comer, y yo esperaba que también a hablar. No entendía por qué habíamos salido de casa en medio de la noche y sin despedirnos de mis padres. Podrían acusar a mi tía de secuestro, y la pena que le impondrían sería muy dura, probablemente la muerte. Nos sentamos a comer unos panes que ella misma había cocido el día anterior.
 -Necesito respuestas, tía Karima. ¿Por qué nos hemos ido así?
-Porque ya tienes siete años y esta mañana estaba todo dispuesto para prepararte para el matrimonio.
-Pero todavía no sangro como dice mamá que debe pasar para poder casarme.
-Entiéndeme, niña. No es que fueran a casarte esta mañana, pero sí iban a preparar tu sexo para tu futuro marido. Según tus abuelas, si no te lo haces nadie te va a querer.
-¿Y entonces por qué no quieres que me lo hagan?
-Porque es una atrocidad, duele mucho, se sangra copiosamente y muchas niñas mueren durante el rito. Que se corten ellos los testículos si tienen lo que hay que tener. Pero no, es mejor hacer creer a las mujeres que eso que llevan en la entrepierna con lo que se nace de forma natural es impuro. Nada que nos da la naturaleza lo es. Impuro es el pensamiento del que mira, no aquello con lo que se nace. En otros países no es necesario amputarse el sexo para poder casarte.
-Pero me he ido… y mi matrimonio ya estaba concertado. Mis padres se enfadarán conmigo.
-Otra barbaridad. ¿Qué quieres? ¿Qué un hombre de cincuenta años te desvirgue y te haga hijos desde el primer día y que con veinte años estés cargada de hijos y avejentada? ¿Para eso debes sufrir tanto? ¿O no es mejor buscarse un lugar para vivir en el que la mutilación y el matrimonio concertado sean delito? Quiero que el día que te cases lo hagas completa, convencida y por amor, aunque todavía no sepas lo que es. Ya lo sabrás. 

Oímos ladridos. Nos estaban buscando con ayuda de los perros de la aldea. Nos pusimos en marcha enseguida. La sabana nos esperaba con sus fauces abiertas, sus amenazas podrían costarnos la vida. Pero cualquier cosa era mejor que el futuro que la superstición, la incultura y la incontinencia sexual de los hombres me tenían reservado.
Corrimos, nos ocultamos, cayó la noche muchas veces antes de llegar a la capital de mi país, Jartum. Soy sudanesa, no lo había dicho. Mi país llevaba muchos años en guerra, y se podía decir que no existía un gobierno. Por eso era tan peligroso alejarse de las aldeas, cualquier grupo de insurgentes podría interceptarnos y hacer con nosotras lo que quisieran, violarnos, matarnos, cualquier cosa. Pasamos miedo, pero cuando vimos la silueta de la capital, respiramos aliviadas. Mi tía lo había previsto todo, y había sacado unos billetes de avión para Londres, a la vez que solicitó permiso de asilo para las dos, que me fue concedido, dado que el gobierno inglés se encontraba en plena cruzada contra la ablación, y yo era una clara candidata a ser mutilada. Tomamos ese avión. Estaba salvada.
O eso creía yo. El gallo cantó. No nos habíamos movido de la aldea. Lo había soñado todo, las ideas de mi tía, sus palabras, sus recomendaciones. Lástima que la realidad fuera muy otra. Al verme en el cuarto con mis hermanas, me asusté.
-¡Levántate, niña! –exclamó mi madre-. Venga, no te hagas la remolona. Hoy es el gran día. Hoy es tu rito. Te casas en cuanto te cicatricen las heridas. Tu marido es un buen hombre, es joven, tiene cuarenta y nueve años. Te hará muchos hijos sanos. Por cierto, la tía Karima ha muerto. No quería que cumplieras tu rito, ayer lo dijo en la cena y tu tío la ha ajusticiado. Una pena. Venga, levántate.
La tía me había hablado en sueños, entonces. Y su determinación había sido tan clara, que le había costado la vida. No podía dejar que su muerte quedase relegada en el olvido, pues ella me había querido bien, como demostró al entregar su vida por defenderme.
 Tomé una determinación. Recordar sus palabras en el sueño. Levantarme y huir, cuatro cosas en un hatillo. La sabana me tragó, el miedo a las fieras que allí vivían no pudo con el terror que yo sentía ante la incomprensión de mi familia, que asumía esta absurda tradición con tal nivel de sumisión, que nadie osaba ni insinuar la posibilidad de cambiar las cosas. Pero yo sola no podía, así que corrí sin mirar atrás inspirada por el sueño con mi tía, y me fui para no volver. Nadie me persiguió, aunque ahora sé que jamás podré regresar a mi aldea, nadie me lo habrá perdonado. Para ellos, mi caso había significado un motivo de vergüenza.

Hoy vivo en Inglaterra, estudié una carrera, me casé y vivo entera con todas mis partes en un matrimonio que acepté con alegría, pues fue por amor.
Va por ti, tía Karima, y por todas las Karimas que nos inspiran para huir de la barbarie y el machismo atroz que intenta acabar con nosotras, humillarnos, someternos, maltratarnos.
 Pero sobre todo, va por todas esas niñas que no pudieron evitarlo.

La huida de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons




jueves, 22 de octubre de 2015

¡Nuevo libro!



Chic@s, hoy estoy feliz. Ha salido otro libro mío, esta vez en Amazon en formato ebook. Espero poder arreglarlo para que salga en papel en breve. 

El libro se titula "Pam & Jim Una tumba en Père-Lachaise". 



Os escribo aquí una breve sinopsis por si os interesa:

El 3 de julio de 1971, Jim Morrison es encontrado muerto en la bañera de su apartamento de París. Su entierro tiene lugar cuatro días más tarde en el cementerio de Père-Lachaise. Pam abandona el cementerio completamente rota por el dolor. Acaba de enterrar a Jim, su compañero cósmico. ¿Qué será de ella ahora, sin su pareja de los últimos años, sin la estrella del rock más admirada, sin su poeta? ¿Y de Jim? ¿Qué fue de él desde que su chica lo enterró allí en aquel bellísimo cementerio parisino? La vida de Pam se desarrollará entre la tristeza, sus adicciones, algunas dificultades no previstas y la esperanza de volver a verlo algún día. Mientras tanto, Jim tratará de adaptarse a su nueva vida en el Otro Lado, y de buscar una fórmula para poder despedirse de su pareja y musa por la que velará entre las sombras. Un grupo de celebridades, muchos de ellos vecinos de tumba en el Père-Lachaise,  le ayudarán en su objetivo.

El libro es muy baratito y se puede adquirir en este link:

http://www.amazon.com/dp/B016Y996CS


Pues eso es todo por ahora. Gracias por apoyarme. Un abrazo a tod@s.



Realidades paralelas



Realidades paralelas

El hombre se encontraba bloqueado. Era escritor, y su vida dependía de cada párrafo, de cada palabra que salía de su pluma como se decía antes, en su generación la herramienta de cualquier literato había evolucionado hasta convertirse en un montón de teclas ante una pantalla. Cada día se sentaba ante su portátil con la esperanza de que la inspiración regresase para iluminarle de nuevo. Era un autor prolífico, más de veinte obras autoeditadas conformaban su producción literaria, pues llevaba toda la vida escribiendo y hacía muchos años que peinaba canas. Sus temas favoritos iban de la novela de todo tipo, hasta el ensayo o el teatro. Con la poesía no se había atrevido nunca. Escribía durante horas todos los días. Vivía solo en aquella casa de madera, y aislado de toda población, casi nunca hablaba con nadie, sólo con su perro, un mastín leonés de imponente presencia y café con leche. Su casa se encontraba en medio de una páramo yermo, sus vistas se circunscribían al horizonte que limitaba un paisaje pelado y triste. Su única forma de abrirse al mundo era a través de internet, donde publicaba sus libros una vez terminados, esperando que se vendiesen y así poder seguir viviendo sin lujos, pero tampoco pasando estrecheces. Publicaba un libro nuevo cada año en una empresa internacional a través de la red, y de eso iba tirando. 

Pero un día la inspiración le abandonó. De repente se levantó y sintió náuseas. Desayunó frugalmente y se sentó ante el portátil. Estaba escribiendo un libro sobre escritores en crisis, y era tanto lo que le afectaba aquella ficción, que se estaba convirtiendo en realidad condicionando su humilde existencia. El protagonista de su libro había perdido la inspiración, como él, y buscaba una solución para atraer de nuevo a las musas. Y había encontrado una forma: un pacto con el diablo. El diablo y él quedaron en un cruce de caminos una noche, y el autor ficticio firmó un documento con su sangre. En el documento se decía que sólo su alma podría librarse de ser moneda de cambio a su muerte, si durante la vida en su lugar él le entregaba el alma de al menos dos personas. A partir de ese día las cosas le empezaron a ir mejor, lo que le asustaba sobremanera. El caso es que a ese escritor, tras la firma del pacto, le llovían ofertas millonarias de editoriales de todo el mundo que él iba rechazando una a una, tal y como ellas le habían rechazado a él en su momento. Rechazó todas menos una. La oferta venía de una editorial importante que le solicitó escribir un libro sobre pactos con el diablo. Aceptó con una condición, que ese libro se regalaría a quien lo desease leer. La editorial aceptó, y desde entonces sus demás libros escalaron todas las listas de best-sellers. Cuando le llegó la hora de dejar este mundo, más de medio millón de almas aguardaban para ser fagocitadas por el diablo, almas que el autor había conseguido reclutar con la lectura del libro gratuito, y poder romper así su compromiso, pues sobrepasaba con mucho la condición impuesta por el demonio en su momento. El maligno aceptó a regañadientes el cambio y así el autor esquivó su ingreso en el infierno, aunque desde entonces el diablo nunca dejó de acechar a escritores para aprovecharse de sus faltas de inspiración. 



El escritor solitario y abandonado por las musas terminó la historia del colega y el pacto. Había conseguido escribir en medio del miedo. Y razones no le faltaban. Temblaba cuando miró por la ventana. Su perro llevaba todo el día ladrando sin parar hacia un lugar indeterminado, el animal sentía, pero no podía ver quién le perturbaba de aquella manera.

Apoyado en el porche de la casa, un ser rojo con cuernos y rabo se reía mientras miraba al escritor con los brazos cruzados.

Ya nunca volvió a quedarse en blanco.

  


 
 Realidades paralelas de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 14 de octubre de 2015

lady relatos: La sonrisa y el horizonte



Relato: La sonrisa y el horizonte


La noticia cayó como un jarro de agua hirviendo, no sólo por inesperada, sino por las graves consecuencias que traería sobre ellas. Agua hirviendo porque sus efectos no se pasarían solos, sino que una larga lucha enredaría a la interesada por su vida y a todos los que la amaban, y las cicatrices que dejaría en el alma de sus amigos serían indelebles. Sin embargo, y tras tres años de quimio y radio, las metástasis se habían apoderado de su cuerpo. Durante su última visita, el médico le había recetado sólo paliativos. Decidió regresar a morir a casa, a su casa a orillas de aquel acantilado irlandés, sobre el que miles de olas rompían cada día y cuya frescura revitalizaba su espíritu, mezclándose con el horizonte.

-He decidido no saber que el final se acerca. No más terapias. Si hay un más allá, lo comprobaré enseguida –dijo.
-¿Y si no hay nada? ¿Morirás sin luchar? –preguntó su mejor amiga.
-¿Sin luchar? ¿Has visto mi larga melena… guardada en aquel collage de la pared del salón? –dijo destapando su cabeza sin pelo-. No puedo más, y no es rendirme, es aceptar que mi cuerpo se ha rebelado contra sí mismo y me ha puesto fecha de caducidad. Si hay algo tras la vida, perfecto, pero si no lo hay, entonces… –dijo estirando los brazos por encima de su cabeza- …dormiré una siesta larguísima, la más larga, sin despertadores ni ruidos que la interrumpan. En cualquier caso será agradable.
-¿Y cómo sabes que te mueres si nadie te lo ha dicho?
-No hizo falta más que ver la cara del médico. Le dije que no quería saber nada, pero su mirada lo dijo todo. Y luego estaba lo que me recetó. No conocía ninguno de esos medicamentos. Eran paliativos, sin duda. Los tomé durante unas semanas, pero ya no. No los necesito. Ya no me duele nada. Es este lugar, esta casa, el aire, las vistas. El verde penetrando en el mar, mi caballo que cada mañana me obliga a salir a atenderlo, a montarlo para que haga ejercicio. Cabalgarlo cansa tanto como revitaliza.
-Tal vez el cáncer haya frenado su expansión –dijo su amiga que no sabía disimular lo dramático de la noticia.
-Eso no lo sabré hasta el último día. Porque he decidido vivir cada día como si fuera el último, así cada segundo será aprovechado al máximo. Lloraré de alegría cada mañana en que mis ojos vuelvan a abrirse, miraré al sol para dejarme bañar por su calidez, comeré frugalmente para que el cuerpo trabaje lo necesario y así no forzarlo. Meditaré bajo mi árbol favorito, ensayando así la felicidad que tal vez encuentre una vez alcanzados el todo o la nada.
-Así es como deberíamos vivir todos.
-Así es, querida mía –dijo ella ligeramente adormecida por la brisa del océano-. Cierra los ojos y mírate a ti misma. Sin artificios, sin espejos, sin angustias ni prisas. Sólo ciérralos.
 Su amiga decidió volver a verla cada día, por si había ocurrido ya el tránsito y así no retrasar el ocuparse de su caballo, buscándole un nuevo hogar. Pero, un día al regresar comprobó que no estaban, ni ella ni el caballo.
 
Sólo quedaba un papel prendido en la puerta de la casa con una chincheta: “No me esperes a cenar”. El caballo había sido liberado, sin duda por ella misma.   
Y ella misma se había liberado, sentada con las piernas cruzadas mirando al mar y los ojos cerrados bajo su árbol favorito. Ya conocía el secreto de la vida. 

 Su sonrisa lo decía todo.                              




La sonrisa y el horizonte de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

jueves, 8 de octubre de 2015

lady relatos: Espejo espejito...

Relato: Espejo espejito...


Yo dormía, pero algo me sobresaltó. No podía gritar, una mano ajena a mí me tapaba la boca con inusitada fuerza. Supongo que si me hubiese mirado al espejo en ese momento mis ojos habrían expresado el temor que vuelvo a sentir con solo recordarlo. La mano seguía oprimiendo mi boca. Una voz masculina cavernosa y oscura me susurró al oído.
-Te sigo. Te miro. Te observo. Y eres una chica mala.
Negué con la cabeza. No podía imaginarme a qué se refería aquel hombre acusándome a saber de qué, no lo había visto antes, ni siguiéndome, ni entrometiéndose en mis cosas.

Yo no era mala, sólo alguien superficial que aspiraba a conseguir logros superficiales, como todo el mundo en mi generación. Era de esa clase de chicas que siempre daba más importancia a su aspecto físico que a su mente, era verdad. Una de mis promesas de año nuevo siempre era la misma: empezar a leer libros, como mi mejor amiga, que no era tan guapa, pero con cuya conversación sabía hechizar a los chicos. Sus relaciones con ellos siempre eran largas, las mías solía consistir en una o dos citas. Quería mejorar en ese aspecto. Era jefa de animadoras del equipo de fútbol del instituto. Tenía un buen cuerpo, delgado pero bien trabajado en el gimnasio; una edad adecuada, dieciocho años; un largo y lacio pelo rubio; los ojos azules que recordaban al cielo en días despejados; unos grandes pechos que todavía se burlaban de Newton y su gravedad; unos pies pequeños y una sonrisa ancha, con los dientes blancos y bien alineados. Había pasado modelos alguna vez, y no se me daba mal la pasarela. Pensaba que aquella podría ser una salida profesional muy factible para mí, porque desde un punto de vista estético, y si no abría la boquita, estaba muy bien, aunque esté mal que yo lo diga.
Yo era físicamente perfecta, y mi amiga no. Ella tenía algo de sobrepeso, pues prefería quedarse sentada leyendo antes que ir al gimnasio a bajar esos kilos. No se maquillaba nunca, ni vestía a la moda, su aspecto tiraba más por la onda grunge, ropa desgastada hasta que se rompía. Ni siquiera sabía por qué mantenía yo una amistad de intereses tan opuestos a los míos. Ella sólo aspiraba a estudiar una buena carrera y poder vivir de ella. Yo quería cazar a un millonario que me mantuviese sin tener que preocuparme por asuntos como ir al supermercado, cocinar, limpiar o lavar la ropa. Por eso un día quedamos de ir a dar una vuelta por el parque del barrio, para hablar de chicos y de cómo mejorar para conseguirlos a pares. Según íbamos internándonos en el parque que ese día se encontraba inusitadamente vacío pues el invierno comenzaba hacerse notar, llegué a la conclusión de que aquella chica y yo no podíamos ponernos de acuerdo ni en el color de la ropa interior, por lo que decidí romper toda relación con ella y buscarme amistades con las que guardase intereses comunes. Y no amistad por amistad.

-No tenemos nada en común, ¿te das cuenta, Laurie? Tú eres una chica culta, a la que su aspecto externo le da igual, pero a mí me avergüenza ir contigo por la calle por la mala pinta que llevas.
-Annabel, llevas años deseando perderme de vista porque te sonroja mi aspecto físico, pero no lo haces y, ¿sabes por qué?
-No, dímelo tú. Y sé sincera.
-Claro, lo voy a ser, y lo que te diré no te va a gustar, pero es la realidad. Muy sencillo. No pasas de mí porque no puedes, y no puedes porque dentro de tu perfección física tu cerebro es el que sale peor parado. No tienes nada en la mollera y necesitas de mi cerebro para resolver tus muchas dudas acerca de todo y todos. Soy esa parte de ti que no viene de serie con tu chasis. Sin mi cerebro no sobrevivirías. Soy tu pepito grillo particular. Y hasta ahora siempre te has servido de mis puntos de vista sin cuestionarlos.
-Ya, pero me he cansado. ¿Sabes lo que es esto? –saqué de mi bolso un pequeño libro y se lo enseñé.
-¡Oh, milagro! ¿Llevas un libro en el bolso? Esto es nuevo.
-Un libro sí, que me aconseja echarte de mi lado. Según este libro eres tóxica, porque me manipulas, me atraes con palabras que parecen sabias y no puedo dejarte.
-Mira cielo –me dijo-. Te equivocas. Eres tú la que me importunas con tus problemas con los hombres, con tus maquillajes, con tus carreras en las medias, con tus superficialidades que no importan a nadie. Nunca te he necesitado, simplemente te soporto. Nos conocimos con cuatro o cinco años en el barrio, pero desde siempre te agarraste a mis pantalones como si no hubiese un mañana.
-¿Sí? –respondí sintiendo que me ponía roja de cólera, cosa que seguro que estaba afectando negativamente a mi fotogenia en aquel momento-. ¿Pues sabes qué? Que a lo mejor es cierto que no hay un mañana… para ti –dije mientras sacaba una daga antigua de mercadillo que había comprado para adornar mi habitación, pero que siempre llevaba en el bolso para defenderme.

Le clavé la daga en el corazón. Laurie cayó sin sentido, sin aliento, sin un solo pestañeo más… y oye, así muerta no parecía tan fea. Dicen que los guapos somos feos cuando morimos y viceversa. Sí, mira Marilyn, qué desfigurada sobre aquella camilla. Qué pena que la última foto pueda ser esa y no otra que resalte la belleza que siempre lució en vida. Me fui de allí sin sentir remordimientos. Llegué a casa, estudié un poco para un examen que teníamos al día siguiente, cené frugalmente y me acosté a dormir como si nada hubiera ocurrido.
Pero entonces esa mano me despertó, me tapó la boca, me susurró al oído con voz demoníaca lo que no quería oír.
-Vas presumiendo por ahí de tu estupidez, de tu ignorancia, de tu superficialidad. Tenías una amiga que te salvaba de tus sandeces y tus meteduras de pata, te soportaba, te cobijaba cuando otra de tus breves relaciones se iba al garete… y tú para agradecerle sus desvelos por ti, la matas. Sólo porque físicamente no está a tu altura. Bien, amiga, se recoge lo que se siembra, y hoy tú has sembrado lo que ahora recoges. Me alegro de no haber intentado ayuntarme con una sociópata como tú.
Yo sólo podía balbucir no… no… yo no…, las lágrimas caían copiosas sobre mis antaño tersas mejillas. Me pregunto si en realidad me merecía lo que iba a ocurrir. El hombre puso un cojín sobre mí cara y apretó con todas sus fuerzas. Traté de librarme de aquella opresión que me impedía respirar, pataleé, me estremecí por la falta de oxígeno, hasta que dejé de luchar. 

Había conocido al Justiciero de la Calle. Y yo que lo creía una leyenda urbana. Qué putada. Me vio en aquel parque. Adiós a los sueños de grandeza y lujo. Adiós a mi odiosa amiga que todo lo sabía hasta que le hice callar, y por cuya causa me hacen callar a mí. Eso sí, la última foto que podrías tomarme, ¿está a la altura de mi belleza en vida? Siempre quise mejorar a Marilyn en ese aspecto.
Para una vez que abro un libro.



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