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jueves, 22 de octubre de 2015

Realidades paralelas



Realidades paralelas

El hombre se encontraba bloqueado. Era escritor, y su vida dependía de cada párrafo, de cada palabra que salía de su pluma como se decía antes, en su generación la herramienta de cualquier literato había evolucionado hasta convertirse en un montón de teclas ante una pantalla. Cada día se sentaba ante su portátil con la esperanza de que la inspiración regresase para iluminarle de nuevo. Era un autor prolífico, más de veinte obras autoeditadas conformaban su producción literaria, pues llevaba toda la vida escribiendo y hacía muchos años que peinaba canas. Sus temas favoritos iban de la novela de todo tipo, hasta el ensayo o el teatro. Con la poesía no se había atrevido nunca. Escribía durante horas todos los días. Vivía solo en aquella casa de madera, y aislado de toda población, casi nunca hablaba con nadie, sólo con su perro, un mastín leonés de imponente presencia y café con leche. Su casa se encontraba en medio de una páramo yermo, sus vistas se circunscribían al horizonte que limitaba un paisaje pelado y triste. Su única forma de abrirse al mundo era a través de internet, donde publicaba sus libros una vez terminados, esperando que se vendiesen y así poder seguir viviendo sin lujos, pero tampoco pasando estrecheces. Publicaba un libro nuevo cada año en una empresa internacional a través de la red, y de eso iba tirando. 

Pero un día la inspiración le abandonó. De repente se levantó y sintió náuseas. Desayunó frugalmente y se sentó ante el portátil. Estaba escribiendo un libro sobre escritores en crisis, y era tanto lo que le afectaba aquella ficción, que se estaba convirtiendo en realidad condicionando su humilde existencia. El protagonista de su libro había perdido la inspiración, como él, y buscaba una solución para atraer de nuevo a las musas. Y había encontrado una forma: un pacto con el diablo. El diablo y él quedaron en un cruce de caminos una noche, y el autor ficticio firmó un documento con su sangre. En el documento se decía que sólo su alma podría librarse de ser moneda de cambio a su muerte, si durante la vida en su lugar él le entregaba el alma de al menos dos personas. A partir de ese día las cosas le empezaron a ir mejor, lo que le asustaba sobremanera. El caso es que a ese escritor, tras la firma del pacto, le llovían ofertas millonarias de editoriales de todo el mundo que él iba rechazando una a una, tal y como ellas le habían rechazado a él en su momento. Rechazó todas menos una. La oferta venía de una editorial importante que le solicitó escribir un libro sobre pactos con el diablo. Aceptó con una condición, que ese libro se regalaría a quien lo desease leer. La editorial aceptó, y desde entonces sus demás libros escalaron todas las listas de best-sellers. Cuando le llegó la hora de dejar este mundo, más de medio millón de almas aguardaban para ser fagocitadas por el diablo, almas que el autor había conseguido reclutar con la lectura del libro gratuito, y poder romper así su compromiso, pues sobrepasaba con mucho la condición impuesta por el demonio en su momento. El maligno aceptó a regañadientes el cambio y así el autor esquivó su ingreso en el infierno, aunque desde entonces el diablo nunca dejó de acechar a escritores para aprovecharse de sus faltas de inspiración. 



El escritor solitario y abandonado por las musas terminó la historia del colega y el pacto. Había conseguido escribir en medio del miedo. Y razones no le faltaban. Temblaba cuando miró por la ventana. Su perro llevaba todo el día ladrando sin parar hacia un lugar indeterminado, el animal sentía, pero no podía ver quién le perturbaba de aquella manera.

Apoyado en el porche de la casa, un ser rojo con cuernos y rabo se reía mientras miraba al escritor con los brazos cruzados.

Ya nunca volvió a quedarse en blanco.

  


 
 Realidades paralelas de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 14 de octubre de 2015

lady relatos: La sonrisa y el horizonte



Relato: La sonrisa y el horizonte


La noticia cayó como un jarro de agua hirviendo, no sólo por inesperada, sino por las graves consecuencias que traería sobre ellas. Agua hirviendo porque sus efectos no se pasarían solos, sino que una larga lucha enredaría a la interesada por su vida y a todos los que la amaban, y las cicatrices que dejaría en el alma de sus amigos serían indelebles. Sin embargo, y tras tres años de quimio y radio, las metástasis se habían apoderado de su cuerpo. Durante su última visita, el médico le había recetado sólo paliativos. Decidió regresar a morir a casa, a su casa a orillas de aquel acantilado irlandés, sobre el que miles de olas rompían cada día y cuya frescura revitalizaba su espíritu, mezclándose con el horizonte.

-He decidido no saber que el final se acerca. No más terapias. Si hay un más allá, lo comprobaré enseguida –dijo.
-¿Y si no hay nada? ¿Morirás sin luchar? –preguntó su mejor amiga.
-¿Sin luchar? ¿Has visto mi larga melena… guardada en aquel collage de la pared del salón? –dijo destapando su cabeza sin pelo-. No puedo más, y no es rendirme, es aceptar que mi cuerpo se ha rebelado contra sí mismo y me ha puesto fecha de caducidad. Si hay algo tras la vida, perfecto, pero si no lo hay, entonces… –dijo estirando los brazos por encima de su cabeza- …dormiré una siesta larguísima, la más larga, sin despertadores ni ruidos que la interrumpan. En cualquier caso será agradable.
-¿Y cómo sabes que te mueres si nadie te lo ha dicho?
-No hizo falta más que ver la cara del médico. Le dije que no quería saber nada, pero su mirada lo dijo todo. Y luego estaba lo que me recetó. No conocía ninguno de esos medicamentos. Eran paliativos, sin duda. Los tomé durante unas semanas, pero ya no. No los necesito. Ya no me duele nada. Es este lugar, esta casa, el aire, las vistas. El verde penetrando en el mar, mi caballo que cada mañana me obliga a salir a atenderlo, a montarlo para que haga ejercicio. Cabalgarlo cansa tanto como revitaliza.
-Tal vez el cáncer haya frenado su expansión –dijo su amiga que no sabía disimular lo dramático de la noticia.
-Eso no lo sabré hasta el último día. Porque he decidido vivir cada día como si fuera el último, así cada segundo será aprovechado al máximo. Lloraré de alegría cada mañana en que mis ojos vuelvan a abrirse, miraré al sol para dejarme bañar por su calidez, comeré frugalmente para que el cuerpo trabaje lo necesario y así no forzarlo. Meditaré bajo mi árbol favorito, ensayando así la felicidad que tal vez encuentre una vez alcanzados el todo o la nada.
-Así es como deberíamos vivir todos.
-Así es, querida mía –dijo ella ligeramente adormecida por la brisa del océano-. Cierra los ojos y mírate a ti misma. Sin artificios, sin espejos, sin angustias ni prisas. Sólo ciérralos.
 Su amiga decidió volver a verla cada día, por si había ocurrido ya el tránsito y así no retrasar el ocuparse de su caballo, buscándole un nuevo hogar. Pero, un día al regresar comprobó que no estaban, ni ella ni el caballo.
 
Sólo quedaba un papel prendido en la puerta de la casa con una chincheta: “No me esperes a cenar”. El caballo había sido liberado, sin duda por ella misma.   
Y ella misma se había liberado, sentada con las piernas cruzadas mirando al mar y los ojos cerrados bajo su árbol favorito. Ya conocía el secreto de la vida. 

 Su sonrisa lo decía todo.                              




La sonrisa y el horizonte de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

jueves, 8 de octubre de 2015

lady relatos: Espejo espejito...

Relato: Espejo espejito...


Yo dormía, pero algo me sobresaltó. No podía gritar, una mano ajena a mí me tapaba la boca con inusitada fuerza. Supongo que si me hubiese mirado al espejo en ese momento mis ojos habrían expresado el temor que vuelvo a sentir con solo recordarlo. La mano seguía oprimiendo mi boca. Una voz masculina cavernosa y oscura me susurró al oído.
-Te sigo. Te miro. Te observo. Y eres una chica mala.
Negué con la cabeza. No podía imaginarme a qué se refería aquel hombre acusándome a saber de qué, no lo había visto antes, ni siguiéndome, ni entrometiéndose en mis cosas.

Yo no era mala, sólo alguien superficial que aspiraba a conseguir logros superficiales, como todo el mundo en mi generación. Era de esa clase de chicas que siempre daba más importancia a su aspecto físico que a su mente, era verdad. Una de mis promesas de año nuevo siempre era la misma: empezar a leer libros, como mi mejor amiga, que no era tan guapa, pero con cuya conversación sabía hechizar a los chicos. Sus relaciones con ellos siempre eran largas, las mías solía consistir en una o dos citas. Quería mejorar en ese aspecto. Era jefa de animadoras del equipo de fútbol del instituto. Tenía un buen cuerpo, delgado pero bien trabajado en el gimnasio; una edad adecuada, dieciocho años; un largo y lacio pelo rubio; los ojos azules que recordaban al cielo en días despejados; unos grandes pechos que todavía se burlaban de Newton y su gravedad; unos pies pequeños y una sonrisa ancha, con los dientes blancos y bien alineados. Había pasado modelos alguna vez, y no se me daba mal la pasarela. Pensaba que aquella podría ser una salida profesional muy factible para mí, porque desde un punto de vista estético, y si no abría la boquita, estaba muy bien, aunque esté mal que yo lo diga.
Yo era físicamente perfecta, y mi amiga no. Ella tenía algo de sobrepeso, pues prefería quedarse sentada leyendo antes que ir al gimnasio a bajar esos kilos. No se maquillaba nunca, ni vestía a la moda, su aspecto tiraba más por la onda grunge, ropa desgastada hasta que se rompía. Ni siquiera sabía por qué mantenía yo una amistad de intereses tan opuestos a los míos. Ella sólo aspiraba a estudiar una buena carrera y poder vivir de ella. Yo quería cazar a un millonario que me mantuviese sin tener que preocuparme por asuntos como ir al supermercado, cocinar, limpiar o lavar la ropa. Por eso un día quedamos de ir a dar una vuelta por el parque del barrio, para hablar de chicos y de cómo mejorar para conseguirlos a pares. Según íbamos internándonos en el parque que ese día se encontraba inusitadamente vacío pues el invierno comenzaba hacerse notar, llegué a la conclusión de que aquella chica y yo no podíamos ponernos de acuerdo ni en el color de la ropa interior, por lo que decidí romper toda relación con ella y buscarme amistades con las que guardase intereses comunes. Y no amistad por amistad.

-No tenemos nada en común, ¿te das cuenta, Laurie? Tú eres una chica culta, a la que su aspecto externo le da igual, pero a mí me avergüenza ir contigo por la calle por la mala pinta que llevas.
-Annabel, llevas años deseando perderme de vista porque te sonroja mi aspecto físico, pero no lo haces y, ¿sabes por qué?
-No, dímelo tú. Y sé sincera.
-Claro, lo voy a ser, y lo que te diré no te va a gustar, pero es la realidad. Muy sencillo. No pasas de mí porque no puedes, y no puedes porque dentro de tu perfección física tu cerebro es el que sale peor parado. No tienes nada en la mollera y necesitas de mi cerebro para resolver tus muchas dudas acerca de todo y todos. Soy esa parte de ti que no viene de serie con tu chasis. Sin mi cerebro no sobrevivirías. Soy tu pepito grillo particular. Y hasta ahora siempre te has servido de mis puntos de vista sin cuestionarlos.
-Ya, pero me he cansado. ¿Sabes lo que es esto? –saqué de mi bolso un pequeño libro y se lo enseñé.
-¡Oh, milagro! ¿Llevas un libro en el bolso? Esto es nuevo.
-Un libro sí, que me aconseja echarte de mi lado. Según este libro eres tóxica, porque me manipulas, me atraes con palabras que parecen sabias y no puedo dejarte.
-Mira cielo –me dijo-. Te equivocas. Eres tú la que me importunas con tus problemas con los hombres, con tus maquillajes, con tus carreras en las medias, con tus superficialidades que no importan a nadie. Nunca te he necesitado, simplemente te soporto. Nos conocimos con cuatro o cinco años en el barrio, pero desde siempre te agarraste a mis pantalones como si no hubiese un mañana.
-¿Sí? –respondí sintiendo que me ponía roja de cólera, cosa que seguro que estaba afectando negativamente a mi fotogenia en aquel momento-. ¿Pues sabes qué? Que a lo mejor es cierto que no hay un mañana… para ti –dije mientras sacaba una daga antigua de mercadillo que había comprado para adornar mi habitación, pero que siempre llevaba en el bolso para defenderme.

Le clavé la daga en el corazón. Laurie cayó sin sentido, sin aliento, sin un solo pestañeo más… y oye, así muerta no parecía tan fea. Dicen que los guapos somos feos cuando morimos y viceversa. Sí, mira Marilyn, qué desfigurada sobre aquella camilla. Qué pena que la última foto pueda ser esa y no otra que resalte la belleza que siempre lució en vida. Me fui de allí sin sentir remordimientos. Llegué a casa, estudié un poco para un examen que teníamos al día siguiente, cené frugalmente y me acosté a dormir como si nada hubiera ocurrido.
Pero entonces esa mano me despertó, me tapó la boca, me susurró al oído con voz demoníaca lo que no quería oír.
-Vas presumiendo por ahí de tu estupidez, de tu ignorancia, de tu superficialidad. Tenías una amiga que te salvaba de tus sandeces y tus meteduras de pata, te soportaba, te cobijaba cuando otra de tus breves relaciones se iba al garete… y tú para agradecerle sus desvelos por ti, la matas. Sólo porque físicamente no está a tu altura. Bien, amiga, se recoge lo que se siembra, y hoy tú has sembrado lo que ahora recoges. Me alegro de no haber intentado ayuntarme con una sociópata como tú.
Yo sólo podía balbucir no… no… yo no…, las lágrimas caían copiosas sobre mis antaño tersas mejillas. Me pregunto si en realidad me merecía lo que iba a ocurrir. El hombre puso un cojín sobre mí cara y apretó con todas sus fuerzas. Traté de librarme de aquella opresión que me impedía respirar, pataleé, me estremecí por la falta de oxígeno, hasta que dejé de luchar. 

Había conocido al Justiciero de la Calle. Y yo que lo creía una leyenda urbana. Qué putada. Me vio en aquel parque. Adiós a los sueños de grandeza y lujo. Adiós a mi odiosa amiga que todo lo sabía hasta que le hice callar, y por cuya causa me hacen callar a mí. Eso sí, la última foto que podrías tomarme, ¿está a la altura de mi belleza en vida? Siempre quise mejorar a Marilyn en ese aspecto.
Para una vez que abro un libro.



 Espejo espejito de Susana Villar está subjecta a una licència de Reconoixement 4.0 Internacional de Creative Commons


jueves, 24 de septiembre de 2015

lady relatos: Alex y el halcón



Relato: Alex y el halcón


cuentos y relatos sobre Leonardo Da Vinci
Alex era un niño muy inquieto. Vivía en un siglo en el que los adelantos tecnológicos se iban implementando muy poco a poco. Era sobrino por parte de madre del rey Francisco I de Francia, en los albores del siglo XVI, y solía pasar los veranos en el castillo de Clos-Lucé, en el valle del río Loira, acompañado de los reyes y sus primos, los hijos reconocidos del rey. Alex gozaba de un espíritu libre, corría por el campo con los perros de la familia real. Montaba a caballo con gran desparpajo, y por regla general obedecía poco y actuaba casi siempre por su cuenta.
En 1519, un muy enfermo Leonardo da Vinci languidecía en una de las espaciosas estancias del castillo. El cuadro de una misteriosa mujer presidía su dormitorio. Alex pasaba por allí corriendo a sus ocho años, lo que siempre le hacía acreedor de una buena regañina. Corría a charlar con el maestro Leonardo, hablaban durante horas, se hicieron amigos tras los tres años que llevaba el anciano intentando recobrarse de sus achaques en aquel hermoso paraje centroeuropeo. El niño se paraba ante el cuadro de la Gerardini intrigado por su enigmática sonrisa, y pensaba que algún día él querría conocer a una mujer que le obligase a mirarla así, indagando en su profundo misterio. Pero lo que más le gustaba a Alex era inventar. Y sabía que el maestro Da Vinci era el mejor en esas lides. Llegaron a fraguar una amistad tan grande, que Leonardo le confió alguno de sus secretos.
-Ven, que te cuento algo, acércate. Pero es un secreto y no debes referírselo a nadie 
  –le dijo un día del mes de mayo-. Mira ese halcón en la ventana, lleva varios días ahí.
-Es un pájaro majestuoso. ¿Te molesta?
-En absoluto. En ellos me he inspirado para muchos de mis inventos. Acércate.
-No hablaré, lo prometo, pero contadme, señor.
-He inventado un artilugio muy especial que puede ayudar a salvar vidas de heridos en las guerras.
-¿Y qué es?
-No le he puesto nombre. Es una especie de cuartito redondo en el que puedes entrar. Cierras la puerta, y con la ayuda de un motor, unas aspas que tiene en el techo comienzan a dar vueltas muy deprisa, tanto, que es imposible contarlas.
-¿Y entonces? –la curiosidad del niño no terminaba nunca.
-Entonces el cuartito redondo se eleva del suelo… y vuela.
-¿Vuela? ¿Habéis inventado un aparato volador?
-Sí, aunque no he podido llevarlo del boceto al taller para construirlo. No me ha dado tiempo.
-¡Yo lo haré! ¡Yo cumpliré vuestro sueño!
-¡Jojojooo! ¡Qué buen corazón tienes, pequeño Alex! ¡Sin duda un alma de científico! 

cuentos y relatos sobre Leonardo Da Vinci. HelicópteroPero déjame que te diga algo: ten cuidado. Vivimos en un mundo en que los inventos que pueden ayudar a los demás en su vida diaria son tomados como artilugios del diablo, y podrías acabar alimentando la pira de una hoguera inquisitorial. ¿Sabes a qué me refiero?
-¡Oh, sí, señor! Las hogueras en que queman a las brujas. Ya he visto algunas arder. Es horrible. ¿Crees que de verdad lo merecían?
-No. Y recuerda bien lo que te voy a decir: la Inquisición es sólo un instrumento del poder para quitar de en medio a personas que molestan, a saber, médicos y expertos en plantas medicinales, inventores, científicos, oponentes a aspirantes al trono, mujeres que niegan sus favores a hombres que luego las denuncian bajo acusaciones falsas de brujería, en resumen, cualquiera que moleste al poder o a cualquier vecino resentido, esos son los peores. Recuérdalo siempre. Debes ser inteligente para no caer en sus redes. Oculta tus intenciones o acabarás en la hoguera, querido amigo.
-Yo quiero inventar.
-Llevas tres años con esa cantinela… mucho me temo que tu vocación es cierta. Entonces, has de saber algo. El boceto de mi aparato volador está oculto bajo la estatua de tu primo el delfín en el jardín, en su parte de atrás. Excava un poco y lo encontrarás, junto con todas las explicaciones para construirlo.
-¡Gracias, lo haré! Ya verás lo bien que funciona…
-Alex, sal de aquí, el rey, tu tío, viene para ver al señor Da Vinci –dijo su madre, que le había buscado por todas partes.
-Sal hijo –le dijo el anciano mientras le daba un beso cariñoso-. Adiós, Alex. Decid a mi ayudante Francesco que quiero verlo –se refería a su discípulo y amigo Francesco Melzi, que llevaba varios años acompañándole y asimilando sus múltiples talentos.
-Adiós, amigo. Luego volveré –dijo el niño un tanto contrariado por la forma en que habían interrumpido su conversación con él, diálogos que tan interesantes se le antojaban siempre.
Alex abandonó la estancia y el rey Francisco I entró sin tardanza. El niño salió al jardín inmediatamente, espoleado por la pasión que sentía por los inventos del anciano, para buscar el boceto que sin duda Leonardo había ocultado personalmente bajo la estatua del delfín de Francia, cuando llegó tres años antes y no se encontraba tan mal, sino que por entonces se había pasado muchas horas en el jardín pintando, y parecía ser que ocultando sus bocetos por ahí. Mientras tanto, en el dormitorio se sucedían las prisas, las carreras y las visitas.
Alex buscó, miró a su alrededor para ver si alguien le observaba, pero no era así, por lo que comenzó a excavar, y, efectivamente, allí había una bolsa de tela de saco, lo abrió y en su interior descansaba un papiro enrollado, atado con una cuerdecita roja.
En el momento justo en que Alex lo sacó del agujero del suelo, Leonardo expiró en brazos del rey, su buen amigo Francisco.
Abrió el rollo y vio el boceto. Era extraordinario. Un habitáculo. Unas aspas. Un motor. Un ingenio. Alex sonrió, y el mismo halcón que volaba sobre el castillo desde hacía días y había acompañado a Leonardo en sus últimos días apostado en su ventana, se posó en su hombro.
Alex comprendió. Su amigo se había ido. Pero, ante aquellos dibujos tan rigurosamente trazados, aquella cascada de datos que prometían el nacimiento de algo grande, miró al cielo y prometió que algún día lo construiría, para recordar así a su amigo que ya volaba entre las estrellas sin ayuda de ningún prodigio de su inventiva.
El gran Leonardo lo vio entre las brumas, y sonrió agradecido por haber vivido aquella amistad tan auténtica entre él y aquel niño de mente inquieta. Sin duda había sido el mejor regalo que la vida le había facilitado los últimos tres años sobre la Tierra, a falta de nietos. Alex había sabido cubrir esa parcela con su ingenio, su ternura hacia él, su alegría, sus desbordantes ganas de vivir, sus ansias de aprender.
Tras observar al inteligente pequeño guardarse el boceto entre sus ropas, Leonardo caminó feliz hacia la luz, mientras Alex miraba al cielo, siguiéndolo con el pensamiento.


Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.

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Alex y el Halcón de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

lunes, 21 de septiembre de 2015

lady relatos - Un ejemplo de humildad



Relato: Un ejemplo de humildad

(Basado en hechos reales)

Ella permanecía en aquella cama de hospital, esperando su final. La enfermedad y los años habían hecho mella en su cuerpo envejecido. Nunca se había cuidado demasiado, su vida se había reducido a trabajar con dureza para sacar adelante, primero a sus hermanos, pues todos ellos habían quedado huérfanos cuando eran pequeños, y después a su marido y a sus hijos. Ella era la menor de cinco hermanos, que desde los cinco años tuvo que tomar las riendas de la familia, la casa, la comida en una época en que los estragos de la guerra no ofrecían demasiadas alternativas, lo que le enseñó a espabilar, a cocinar con muy pocos recursos. Fue al colegio un año, lo justo para aprender a leer y escribir, pero ello no le convirtió en una ignorante, conocía el monte muy bien y lo que de él se podía recolectar. Conocía la vida en su parte práctica, la teoría siempre le rehuyó, pero eso no reducía sus ansias de salir adelante.
Recién casada tuvo que emigrar a otras tierras, dejando allí a sus hermanos ya mayores, a algunos de los cuales no volvería a ver nunca. Sólo viajaba a su pueblo de origen cuando la llamaban para comunicarle que alguno de ellos había muerto. Tuvo tres hijos, dos niños y una niña, aunque el hermano pequeño nació con una discapacidad que lo mantendría unido a su madre hasta el final de sus días. La mayor preocupación de la mujer era saber quién cuidaba a su niño, ya adulto, que la necesitaba las veinticuatro horas del día. Ella trabajaba en el sector de la limpieza, limpiaba colegios en una época en que el trabajo era precario y mal pagado. Pero era eso o nada. Las cosas no han cambiado tanto.
 Ella conocía una palabra: amor. Amor por su familia, por los demás, por su sencilla existencia, que transcurrió sin vida social alguna. Su mayor alegría era reunir cada fin de semana a sus hijos alrededor de su mesa, con sus cónyuges y sus nietos. Su relación con ellos era sana y fluida. También conocía otra palabra: paz. Lo primero que dijo a cada uno de sus hijos políticos al poner por primera vez los pies en su casa fue: “Aquí sólo queremos paz. Los problemas se hablan, pero no a las horas de comer”. Y así transcurrió su vida, alejada de ritos religiosos, sólo preocupada por los suyos, por su hijo discapacitado al que amaba tiernamente, y cuyo bienestar anteponía siempre al suyo propio.
Pero los años no perdonaron su vida sencilla, y un mal día fue ingresada en el hospital, sin que pudieran encontrar historial médico alguno sobre ella, pues nunca había ido a una consulta, sino que siempre se había curado de sus pequeños achaques y dolores con plantas que conocía bien y ella misma recogía en los campos cerca de su casa. Aquello fue un comenzar y un no parar. Le daban el alta cuando un pequeño problema se arreglaba, pero en pocos días otro parámetro vital se le descompensaba, y entonces la volvían a ingresar.
Hasta que una vez, pasados tres años de ingresos y altas por temas que en principio no eran graves, poco a poco su estado se fue agravando y ya no le quedaba esperanza de recuperación, la vida reclamaba su peaje.
Antes de cerrar los ojos para siempre, ella vio a sus padres y hermanos que la esperaban en la habitación del hospital, todos ellos etéreos, sonrientes, con los brazos abiertos. La mujer se fue con ellos, y mientras los demás lamentábamos su marcha, ella probó por primera vez el significado de la otra palabra que nunca pudo disfrutar: su libertad.
Dedicado a María, mi suegra, de la que guardo un amoroso recuerdo y cuyos años alrededor de su mesa añoro. Siempre serás ejemplo de humildad. Y también a todas esas personas sencillas que pasan a nuestro lado sin hacer ruido, pero que dejan un recuerdo indeleble en nosotros.
In memoriam.


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jueves, 10 de septiembre de 2015

lady relatos: Dignitas dignitatis

Relato: Dignitas dignitatis


cuentos y relatos sobre la dignidad y la libertad
La familia malvivía en una casita humilde a las afueras del pueblo. La casa lucía desconchones, grietas, presentaba goteras cuando llovía, y una sobria lareira servía de cocina y calefacción en invierno. La familia estaba compuesta por una abuela muy desgastada por el sufrimiento, viuda desde hacía una década tras cuarenta y tantos años de feliz matrimonio, del cual sólo conservaba un nieto y una nieta. Los padres de los niños habían muerto, uno en un accidente de tractor durante sus labores en el campo seis años atrás, y la hija de la anciana se había dejado la vida en el parto de la hija menor, que tenía doce años; el niño tenía catorce. Los niños no iban al colegio, la abuela les enseñó a leer, a escribir y las cuatro reglas, pues en esa casa tan humilde había libros que habían heredado de su madre, y ellos constituían su mayor tesoro.
No tenían nada, se alumbraban con velas, recogían el agua de un manantial cercano, la tecnología no había llegado a aquel hogar. La mayor parte de los días casi no comían, estaban tan delgados que en el pueblo los llamaban Los Sombra. Sobrevivían de lo que recogían del campo, fruta, verduras que los amables campesinos les regalaban porque conocían las estrecheces que pasaban. Los niños habían aprendido a cazar conejos y pájaros que les alimentaban casi a diario, y con pocos años más aspiraban a aprender a cazar jabalíes. También pescaban truchas arco iris del río cercano, y cuando eso pasaba, aquella casa parecía una fiesta.
-Sí, abuela, cuando sea mayor cazaré jabalíes, así podremos curar su carne y comer todo el invierno. No pasaremos más hambre.
-¡Mi querido nieto! ¡Qué ideas tan grandes tienes! Pero no sé si llegaré a verlas, soy muy mayor ya, y siento que mis fuerzas se van agotando.
-¡Abuela, no digas esas cosas! Tienes que aguantar por nosotros. Este año, como ya somos mayores, vamos a preparar un pequeño huerto de hortalizas y árboles frutales aquí al lado y nosotros lo cuidaremos, así no tendremos que depender de la caridad ajena.
-¡Mis niños ya tienen proyectos de futuro!
-Sí, y te necesitamos con nosotros. Llegaremos todos los días muy cansados y necesitaremos a alguien que nos reciba con un abrazo, una manta y un plato caliente
  –dijo el niño.
-¡Contad conmigo, queridos míos!
Al día siguiente los niños se dirigieron al ayuntamiento del pueblo al que pertenecían  para hablar con el alcalde y contarle sus proyectos. Pero el alcalde no reaccionó como esperaban.
-La tierra que rodea la casa en que vivís no es vuestra, sino de la comunidad, por lo que, aunque lleva toda la vida baldía, si la cultiváis tendréis que entregar la mitad de lo que saquéis en beneficio de ésta.
-¿La mitad?
-Así es la ley. Pero no queremos vuestras lechugas, sino los rendimientos económicos que os proporcionen. Tendréis que vender vuestra producción en el mercado y entregarnos la mitad.
-Pero si nosotros sólo queremos trabajar esa tierra para comer lo que nos dé.
-No es posible. Ah, y por cierto, está prohibido cazar sin pagar un impuesto que vosotros no podéis costear, es sólo para la clase pudiente del pueblo. Y si pescáis, que sepáis que está prohibida la pesca con muerte. El pescado debe regresar siempre al agua. Además, vosotros tomáis el agua del manantial del Rebrazal. Ese manantial ha sido comprado por una empresa que embotella agua, así que tenéis que dejar de beber de allí.
-¡Pero usted está ahogando nuestras ansias de mejorar, de vivir dignamente!
-La ley es la ley.
-¡Pues esta ley es injusta, a medida de mandamases como usted!
-¡Chico, guarda esa lengua o llamo a las fuerzas de seguridad para que te encierren! Es más… esa casa en la que vivís ni siquiera os pertenece, porque no habéis pagado el impuesto sobre la herencia de vuestros padres. Esa casa pertenece al estado. Muy bien, tenéis una semana para desalojarla.
Los chicos salieron del consistorio llorando. No querían dar a su abuela el disgusto de tener que abandonar el muy humilde hogar a su edad, así que se dirigieron a la plaza del mercado del pueblo, se sentaron en el suelo con una pancarta que decía:
“NOS ECHAN DE NUESTRA CASA, NOS NIEGAN EL TRABAJO Y EL PAN. POR EL DERECHO A UNA VIDA DIGNA.”
La gente se paraba a mirarlos, y les echaban monedas, como si todo se arreglase de esa manera. Algunos se sumaron a sus reivindicaciones y se sentaron con ellos. Cuando llevaban varias horas allí, el mercado se encontraba lleno de gente sentada apoyando a los chicos.
Entonces el alcalde llamó a las fuerzas de seguridad del estado, que empezó a golpes con todos ellos, hasta que el grupo se dispersó y los hermanos fueron encerrados con los cargos de agitación social. Se les acusó de subversión, de rebeldía y de haber promovido disturbios en la plaza del pueblo. El mismo alcalde, que también era legislador y juez, les juzgó y les cayeron tres años de cárcel y una multa que jamás podrían pagar. Finalmente, la abuela fue desahuciada.
La anciana había sido acogida en casa de unos vecinos que se apiadaron de ella al verla sola, vagando sin hogar. Ayudaba en las tareas domésticas y siempre se sentaba en el porche para ver si por fin regresaban sus nietos de tan terrible encierro.
La ley había destrozado su vida y la de su familia.
Ellos, que sólo querían trabajar y vivir con dignidad.
Pero, cuando apenas llevaban en la cárcel del pueblo unos días, los vecinos se rebelaron contra la situación. No podían permitir que aquel cacique inmoral hundiera las ansias del pueblo de mejorar, y alguien desempolvó una guillotina que tenía guardada en el sótano de su casa desde tiempos inmemoriales. El pueblo detuvo al promotor del dolor de la ciudadanía y cortó por lo sano. Los vítores de todo el mundo llegaron a los oídos de los chicos que se asían a los barrotes atenazados por la depresión. Alguien abrió la portezuela, eran libres.
Entonces los chicos abandonaron la mazmorra del consistorio y sus sueños de progreso regresaron a sus atribuladas mentes. El reencuentro con su abuela constituyó una alegría indescriptible para todos, y el regreso a su casa, también. El pueblo había hablado y ya nunca ningún alcalde se atrevería a tratar a nadie de esa manera.
Ellos, que sólo querían trabajar y vivir con dignidad.



Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.

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miércoles, 2 de septiembre de 2015

lady relatos: Una distopía no tan lejana

Relato: Una distopía no tan lejana


Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.
Aquel presidente del gobierno metía miedo. Pertenecía a esa ideología que segregaba, dividía, discriminaba y exprimía el dinero, la moral y la vida de los que no pensaban así. Su aspecto era terrible: Una cara larga acanalada por arrugas profundas y con grandes ojos estrábicos; una boca superlativa en la que los dientes sobresalían y sus colmillos, torcidos e indiscretos, parecían esperar un cuello al que echar el diente; unas orejas de soplillo y enorme tamaño; una calvicie más que evidente sobre una base canosa; unas narices enormes, anchísimas y llenas de viruelas. Una sonrisa estentórea permanente y una de sus cejas hacia arriba como cuestionándoselo todo. Una barba de chivo incipiente y tan áspera como su carácter. Y bajo esa asimetría que lo convertía en un ser difícil del ver, se escondía una personalidad abyecta, que ejercía de político pero que en realidad sólo deseaba llenar sus arcas personales de dinero de la forma que fuera, total, él mismo se había dado las leyes que lo protegerían en caso de ser cazado en algún renuncio ante una sociedad cada vez menos crítica, más preocupada por mal sobrevivir que por la actividad de sus mandatarios. La democracia se había ensañado aquella vez con los ciudadanos.
-Éste es el último invento, señor. Es tal y como nos lo pidió. Vea.
La pantalla del ordenador mostró una sociedad virtual formada por personas aparentemente felices y bien vestidas que paseaban por las calles portando una pequeña mochila a la espalda, de la que salía un tubo que iba directamente conectado al cuello de cada uno a través de un chip. 
-El dispositivo va conectado directamente desde la mochila directamente al cuello, así los controles serán muy precisos. 
-¿Y está en la mochila? ¿Se puede mojar?
Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.-Sí, está recubierto por una superficie plástica que lo aísla de la humedad y otras circunstancias climáticas. La señal con las mediciones llega a la base de datos de la matriz que está aquí mismo, en el Ministerio. El tubito que sale de la mochila va conectado al cuello mediante un collar ceñido con un chip que capta las entradas de aire que se produzcan por la nariz o por la boca, es indiferente. Pero hay más. Si algún ciudadano no paga su recibo, mire lo que pasa…
En la pantalla las personas seguían paseando por la calle tranquilamente y portando la pequeña mochila. De repente se vio cómo una de ellas se desplomaba directamente sobre la acera. El hombre se cogía a sí mismo por el cuello y pataleaba en clara señal de lo que le estaba pasando: se estaba ahogando, sin más. En pocos instantes había muerto.
-Se les envía un requerimiento de pago hasta en dos ocasiones, y si no abonan el precio estipulado con arreglo a su consumo y los peajes correspondientes que usted establecerá, se les corta el suministro. El chip del cuello les ahoga, literalmente.
-Buen invento éste –comentó el presidente-. Nos vamos a hacer de oro con lo que nos dé. Enhorabuena. ¿Policía? Hay una persona amenazándome. Vengan a sacarlo de aquí enseguida.
Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.-¡Pero señor aquí no hay nadie más que yo y no le estoy molestando!
-Sabes demasiado. Policía, está aquí, pasen deprisa. Enciérrenlo.
-Muy bien, pero que muy bien –musitó el presidente mientras se mesaba su corta barba de chivo-, muy buena idea la de los contadores de oxígeno. Tendrán que pagar porque les irá la vida en ello.
Y soltó una risa sardónica que hizo marchitarse al pequeño ramo de flores que hasta entonces lucía ajeno a todo en un florero sobre la mesa.

Estábamos perdidos. Una forma de robo legal más. Del científico que había creado el invento de extorsión nunca más se supo. La guerra iba a ser inevitable.



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