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jueves, 23 de junio de 2016

Un talento muy especial




Un talento muy especial



-¡Niño, deja de enredar y sal al campo con el rebaño!

José entornó los ojos cuando recordaba sus difíciles comienzos en aquellos años de guerra de su infancia. Su familia tenía vacas y mientras tanto, los franceses intentaban conquistar la península. Qué comienzos de siglo tan complicados, especialmente para un niño de la Cabrera.


A José lo que de verdad le gustaba era desmontar cosas. Desmontaba cada objeto que veía para ver lo que tenía dentro. Su curiosidad no tenía límites, y a la que se descuidaba cualquiera en el pueblo, ya iba él a desmontar para observar y volver a montarlo todo. Y cuando lo hacía, aquello seguía funcionando, muchas veces mejor de lo que lo hacía antes de su intervención, por lo que los aldeanos en vez de enfadarse con él, se limitaban a asentir con la cabeza, como aprobando la inquietud científica de aquel niño.


Un día se paró el reloj de carillón de la sala de casa, que era herencia familiar. Estaba solo, sus padres estaban trabajando en la huerta. No se lo pensó mucho, fue desmontando cada pieza, y vuelta a montar. El resultado fue espectacular, cuando sus padres regresaron el reloj funcionaba, daba las horas y los cuartos, mejor que cualquier carillón que se preciara en aquella época. Sus padres no se enfadaron con él, al contrario, su padre le entregó un viejo reloj de bolsillo que llevaba años sin funcionar y que había pertenecido a su abuelo. Después de la cena Jose se sentó en la mesa de la cocina y comenzó a desmontarlo. Sus padres le observaban absortos, incrédulos de que su hijo poseyese ese talento para arreglar cosas.

Poco a poco fue montando de nuevo el reloj, hasta que le dio cuerda… y aquello volvió a hacer “tic tac”. El viejo reloj del abuelo recobró vida. Sus padres le agradecieron el esfuerzo y guardaron aquella pequeña reliquia familiar. José siguió cuidando el rebaño de vacas de su padre hasta que se hizo mayor, cuando avatares políticos le enviaron directamente al exilio.

Los años habían pasado y Jose se había establecido en Londres. Pensaba en todas estas cosas mientras escribía una carta a sus padres.

“Queridos padres:

Les escribo esta carta para contarles que me he establecido en Londres y me dedico al negocio de los relojes. Los arreglo, los fabrico nuevos con piezas que he ido guardando a lo largo de los años y por ahora me va bien. Estoy haciendo fortuna: la acogida ha sido extraordinaria, tanta, que he recibido el encargo de terminar la fabricación y puesta en funcionamiento de un gran reloj que presidirá el Parlamento de Londres. Por desgracia el hombre que se encargaba de esos trabajos ha fallecido y se han fijado en mí para acometer y culminar tan importante empresa.

Por lo demás, me he casado con una mujer escocesa y soy muy feliz. Espero que ustedes y mis hermanos se encuentren bien y sean felices también.

El año que viene tengo previsto viajar a Madrid para un encargo del ayuntamiento, aprovecharé entonces para pasar por el pueblo a hacerles una visita.

Nada más, les envío un abrazo y recuerdos para mis hermanos, Dios les guarde a todos.

José”.

El reloj que mencionaba de Londres sería el Big Ben. Y el que acordó construir para la ciudad de Madrid fue el de la Puerta del Sol que cada año marca el final y el comienzo del nuevo año. Lo montó, lo calibró y se lo regaló a la capital de España. Y todavía funciona, con la tecnología de aquellos ya lejanos tiempos.


Todo un personaje, del cual soy orgullosa descendiente.

En la vida de José Rodríguez de Losada casi todo es leyenda, pero este relato trata de ser mi humilde homenaje, solo producto de mi imaginación. Gracias por haber sido tan grande.







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