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jueves, 28 de abril de 2016

La dama de la lámpara



La dama de la lámpara



-No, hija. No lo permitiré. No nos dejarás en vergüenza. Ninguna mujer de nuestra posición estudia, y menos para trabajar después, al contrario, la gente trabaja para nosotros y no al revés.
La madre de Florence se enfureció. Definitivamente su hija se había vuelto loca. En el siglo XIX ninguna mujer había solicitado a sus padres semejante cosa.
-Pero madre… he sentido la llamada de Dios, y me pide que me dedique a lo que te he dicho.
-¡No admiten mujeres en la escuela de enfermería! ¿Es que no lo sabes?
-Pues yo seré la primera. Y asistiré a las clases aunque tenga que vestirme de hombre para lograrlo. Me pondré ropa de padre si es menester.
-No. Antes te quito de en medio, te mando con tu hermana a su casa de campo y te hago encerrar, fíjate lo que te digo. No irás a esa escuela. Te hemos educado para ser esposa y madre con alguien de tu misma posicion social, que es lo que te corresponde. Nadie en nuestro círculo entendería otra cosa.
-Madre, por lo menos escúchame. He viajado. He visto las condiciones en que están muchos hospitales y creo que tengo la clave para mejorarlos. Puedo salvar vidas.
-¿Tú? ¿Y qué puedes aportar tú a la medicina que no sepan nuestros muy reputados y bien preparados médicos?

-Pues, entre otras cosas, un detalle que ellos no tienen en cuenta precisamente por no ser mujeres. He observado que en las casas más limpias no suelen desarrollarse ciertas enfermedades. Eso mismo es lo que quiero aplicar en los hospitales, especialmente en los hospitales de campaña. La desinfección es fundamental. Yo lo creo así. Muchos chicos heridos en la guerra podrán regresar a casa a pesar de sus heridas.
-¡No! No me convences. Te vas al campo con tu hermana.
-No has entendido nada, madre. No te estoy pidiendo permiso para estudiar y ayudar con mis conocimientos. Solo te lo estoy anunciando. La decisión está tomada y nadie me lo impedirá, ni siquiera tú.
Afortunadamente la joven Florence Nightingale no hizo caso a su madre y finalmente se salió con la suya. Estudió enfermería y enseguida se puso a trabajar, fue la primera mujer que oficialmente ocupó su tiempo en el noble oficio de curar. Mejoró las condiciones de salubridad de los hospitales, los rediseñó para luchar contra los gérmenes, lo que salvó muchas vidas, y utilizó su dulzura para animar a los enfermos a curarse, manejando la psicología para colaborar en el restablecimiento de los enfermos. Pensaba que la recuperación comenzaba en la salubridad de los hospitales, pero también en la cabeza de los aquejados por la enfermedad. Se especializó en enfermería de campaña tras su estancia en la guerra de Crimea. Impulsó la enfermería como profesión y modernizó sus bases.
Desde entonces miles de mujeres siguieron su ejemplo.

Ella recorría cada noche las estancias de los hospitales en que trabajaba, efectuaba su ronda nocturna portando un candil, y desde entonces todos la conocían como “la dama de la lámpara”.
A veces ser rebelde supone un gran avance para la humanidad. El mundo se congratula de la existencia de rebeldes como ella. Que cunda el ejemplo.



La dama de la lámpara de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons




 

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